domingo, 1 de junio de 2014

Y con Aurora llegó la fiesta


La noche de ayer en la Fundación Casa Patas se presumía como una gran fiesta flamenca, y es que pasaba por allí una de las dueñas del compás y el ritmo. La Sala García Lorca recibía a Aurora Vargas dentro del ciclo Flamenco en San Isidro con un lleno absoluto y unas ganas tremendas de sentir su arte.


Aurora vino acompañada por la sonanta de Manuel Valencia, que brilló de sobremanera, y por las palmas de Chicharito y Rafa Junquera, que estuvieron milimétricos. Parece que por la cantaora no pasan los años, y lo digo en todos los sentidos. Su voz no tiene el fuelle que antaño tenía, pero la flamencura de su eco va a más, dotando a su cante de profundidad y jondura. La noche discurrió por los mejores derroteros, con una artista inspiradísima y un público que disfrutó de sobremanera con el cante y el baile de Aurora.


Comenzó por alegrías, buscando sus raíces, y estuvo soberbia, cantando con un gusto exquisito y metiéndose al público en el bolsillo desde el principio. Continúo por soleá, donde no me convenció. Cantó de forma tan lenta, que por momentos parecía que se iba a parar. No ligó los cantes, apoyándose en la pausa y en el dramatismo de su semblante para resolver los arcos melódicos. Volvió a meterse en faena, donde sí es consumada maestra, por tientos y tangos, ¡y que forma de cantar por tangos! Así remató su primera intervención, con pataíta incluída y el respetable eufórico.


La segunda parte comenzó con una dedicatoria especial por parte de Aurora a su tía María Vargas, que se encontraba entre el público. Por seguiriyas, donde al igual que en la soleá paró en exceso el cante y solventó con dramatismo gesticular. Su eco gitanísimo y el toque jondo de Manuel le ayudaron a enriquecer un cante a mi juicio desvirtuado en sus formas. La fiesta supuso el culmen y final de la velada. Unas interminables bulerías provocaron el éxtasis de un público que vibró con el arte de Aurora. Se comió el escenario como suele ser habitual en ella. Cuando parecía que ponía fin a su derroche de arte, cantó la debla, que a su vez dio pasó nuevamente al vertiginoso ritmo de bulerías, donde El Chicharo y Rafa Junquera dieron buena cuenta de su baile gitano. Cante y baile al servicio del tiempo. Incansable Aurora, incansable el compás.


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