La noche de ayer en la Fundación Casa Patas se
presumía como una gran fiesta flamenca, y es que pasaba por allí una de las
dueñas del compás y el ritmo. La Sala García
Lorca recibía a Aurora Vargas dentro del ciclo Flamenco en San Isidro con un
lleno absoluto y unas ganas tremendas de sentir su arte.
Comenzó por alegrías, buscando sus raíces, y estuvo
soberbia, cantando con un gusto exquisito y metiéndose al público en el
bolsillo desde el principio. Continúo por soleá, donde no me convenció. Cantó
de forma tan lenta, que por momentos parecía que se iba a parar. No ligó los
cantes, apoyándose en la pausa y en el dramatismo de su semblante para resolver
los arcos melódicos. Volvió a meterse en faena, donde sí es consumada maestra,
por tientos y tangos, ¡y que forma de cantar por tangos! Así remató su primera
intervención, con pataíta incluída y el respetable eufórico.
La segunda parte comenzó con una dedicatoria especial por
parte de Aurora a su tía María Vargas, que se encontraba entre el público. Por
seguiriyas, donde al igual que en la soleá paró en exceso el cante y solventó
con dramatismo gesticular. Su eco gitanísimo y el toque jondo de Manuel le
ayudaron a enriquecer un cante a mi juicio desvirtuado en sus formas. La fiesta supuso el
culmen y final de la velada. Unas interminables bulerías provocaron el éxtasis de
un público que vibró con el arte de Aurora. Se comió el escenario como suele
ser habitual en ella. Cuando parecía que ponía fin a su derroche de arte, cantó la debla, que a su vez dio pasó nuevamente al vertiginoso ritmo de bulerías, donde El Chicharo y Rafa Junquera dieron buena cuenta de su baile gitano. Cante y baile al servicio del tiempo. Incansable Aurora,
incansable el compás.
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