sábado, 10 de agosto de 2013

Noche de duende y flamenco de raíz


El pasado viernes no faltaron la magia, el duende y la casta en el auditorio de La Paloma de Benalmádena con el espectáculo Raíces. Este evento estaba enmarcado en la programación de la III Bienal de Arte Flamenco de Málaga. El título venía a describir con una sola palabra el tipo de artistas que componían el recital. Artistas con un entroncamiento flamenco que se pierde en el oscurantismo del tiempo. Diferentes dinastías que fluyen por el cauce de lo jondo. A pesar del buen cartel, el aforo sólo cubrió un tercio de la capacidad del auditorio, eso sí, con un publico que transmitió su calor en todo momento.

La noche la abrió Jerez, con uno de los mejores guitarristas flamencos de acompañamiento que ha dado este arte, Paco Cepero, pero lo hizo como concertista, acompañado por el tocaor Paco León, la violinista Sophia Quarengui y la percusión del Chicharito. Su toque flamenquísimo y pulcro encierra una personalidad sin igual, esa misma que le ha llevado a componer memorables melodías y letras. Paco puso a relucir toda su técnica y su música en cada estilo: tanguillos en los que los melómanos del cante jondo podían oír la voz de Rancapino salir de su guitarra; rumbas frescas y bulerías a compás que dieron paso a unas enjundiosas seguiriyas, donde demostró que sigue teniendo un bordón eléctrico, capaz de quebrarte con una sola nota. Cerró su intervención con su famosa rumba Aguamarina.

Paco Cepero por tanguillos:



Cepero y su grupo
Paco Cepero 



El espectáculo nos transportó de Jerez a Utrera con el cante de Mari Peña y el toque de su marido Antonio Moya, ambos acompañados por la percusión de Paco Vega. Mari es la heredera con honores de una de las dinastías más talentosa y antiguas de la historia de este arte. Su cante es sutil y visceral, placentero y doloroso, en definitiva, la máxima representación de la paradoja del arte flamenco. El público vibró con ella, y es que estuvo sobresaliente, siempre ayudada por el toque certero y enduendado de Antonio. Comenzó con unos tientos y tangos dignos de enmarcar. Alcanzó la gloria con un cante por soleá memorable, donde deshojo estilos de la Serreta, Juaniquí o Andonda pasados por el tamiz de la Fernanda y por el suyo propio. Pero especialmente rodonda estuvo recordando a Rosalía de Triana y Pastora con aquel “Yo vine de Hungría ayer”. Pureza en su máxima expresión. Puso el punto y seguido a su actuación por bulerías, y por supuesto, rayando al mismo nivel, dejando claro que es de las mejores cantaoras del panorama actual, y una digna heredera de los cantes de Bernarda y Fernanda.

Mari peña y Antonio Moya por bulerías:


Mari Peña
Antonio Moya

Turno para dibujar el cante con formas corporales, algo de lo que se encargaría la trianera Carmen Ledesma con su baile. Estuvo acompañada por Vicente Gelo al cante, Paco Iglesias al toque y Paco Vega a la percusión. Carmen es flamenca hasta en el andar, su baile es racial y carente de artificios. Sus movimientos encierran una complejidad sobria de formas capaz de transmitir todo el sentido del flamenco. Bailó por soleá como pocos pueden hacerlo actualmente, jugando con el mantón a su antojo, dominando el tiempo como quien lo inventó, conectando continuamente con un público entregado a su baile, un público al que transportó hasta La Cava de Triana para embrujarlo con el dramatismo de sus desplantes. Carmen Ledesma es sin duda la bruja del baile gitano, y así lo demostró dejando al público rendido a sus pies.

Carmen Ledesma
Carmen entrando a matar

El cante volvía a ser protagonista sobre el escenario, esta vez con la malagueña de adopción Luisa Muñoz, que estuvo acompañada por el  toque de Paco Iglesias. Luisa acostumbra a erizar la piel del que escucha su oscura queja. Su árbol genealógico entronca con la familia Montoya, de gran tradición flamenca. Abrió su actuación con unas alegrías y romeras cargadas de sabor camaronero, eso sí, aderezado con sal de la bahía costasoleña. Siguió con unas seguiriyas, donde si bien confundió la letra en el primer cante, supo sobreponerse y llevarnos hasta el cenit de su arte con los estilos de Manuel Torre y el cierre de Manuel Molina. Se despidió del público de pie y a compás de bulerías, dejando patente su gran dominio del ritmo y su gitanería.

Luisa Muñoz

Llegó el momento más esperado de la noche, la actuación del rapsoda de sus propias letras Manuel Molina. Acompañado por su inseparable guitarra, emocionó a los presentes en cada copla, en cada gesto y en cada nota de su sonanta. Su simple presencia rezuma un halo de misticismo que embriaga a cuantos gozan de su arte. Su voz quebrada parte almas y alienta corazones. El público vibró con él, pero mayor fue la admiración que desató entre los propios artistas, que siguieron su actuación desde un lateral del escenario. Manuel vino a culminar una noche mágica en la que el duende sólo se bajó del escenario cuando se apagaron las luces.

Manuel Molina


Manué mimando su guitarra





No hay comentarios:

Publicar un comentario