El domingo dio comienzo el ciclo Andalucía Flamenca en
Madrid, que curiosamente está organizado por La Junta de Andalucía entre otras
instituciones, y que tiene por objeto captar nuevos públicos y llevar el flamenco
a escenarios no habituales para este arte. Con esta premisa el Auditorio
Nacional de la Música acogió ayer un espectáculo por todo lo alto, donde se dieron cita tres
generaciones cantaoras: la de la joven Rocío Márquez, Mayte Martín y la
enciclopédica Carmen Linares.
El público rozó el lleno absoluto, y se entregó con cada una
de las artistas. A veces esa entrega desmedida supone una falta de respeto
hacia quienes queremos seguir escuchando, incluso hacia los propios artistas
que tienen que seguir cantando y tocando por encima de todo ese jaleo de palmas.
Se aplaude al final. Saber escuchar es un arte.
Lo cierto es que la noche fue un auténtico disfrute para el
numeroso público que llenó la Sala Sinfónica, no para mí. Abrió la velada la
más joven, la onubense Rocío Márquez que estuvo acompañada por la magnífica
sonanta de Manolo Franco. Hizo un gran recorrido de cantes. Partió por
malagueñas con cante de Juan Breva y siguió con una cursi guajira marchenera de
escasa tirando a nula flamencura, pero de una calidad musical inapelable.
Homenajeó la tierra que pisaba por caracoles, mientras el público no cabía de
satisfacción y su exaltación iba exponencialmente en aumento.
Ya con el auditorio comiendo de su mano, realizó un viaje
por el mundo de la seguiriya, donde exploró desde el romance, pasando por la
seguiriya corta de Jerez, para rematarla con el cambio de otro ilustre
jerezano. Su alarde de facultades le hizo sostener el cante de cambio del Señor
Manuel Molina hasta límites inabarcables. La especialidad de la casa para
despedirse de su público, fandangos de Huelva. Cantó mirando a todo el tendido
que la rodeaba. De gran virtuosismo el cante que hizo del Carbonerillo con raíz
en otro cante onubense de Rebollo. De esta forma puso fin a su intervención
entre una fuerte ovación.
La siguiente en salir a escena fue Mayte Martín. La catalana con raíces malagueñas estuvo acompañada por Juan Ramón Caro, su toque fue de lo mejorcito de la noche. Magistrales peteneras –chica y grande- dieron paso a unos fandangos onubenses –ya se podía haber puesto de acuerdo con Rocío- bien dichos. Para más inri, repitió el fandango del Carbonerillo con letra incluida para cerrar su tanda. Continuó por soleares de escasa jondura, pero exhaustivo conocimiento y perfecta ejecución que culminó con un cante del Zurraque. De nuevo volvió a repetir uno de los cantes que había realizado Rocío, la guajira, pero esta vez con más flamencura que la anterior. Cerró a compás de bulerías su actuación, que por cierto estuvo dedicada a su amiga Carmen Linares. Aires caracoleros dieron paso a sones gaditanos y estos a aquellos cuplés que popularizaran Fernanda y Bernarda, y que difícilmente pueden ser siquiera igualados.
Mayte Martín y Juan Ramón Caro |
No se si fue un presentimiento, o que parte del público ya estaba saciado de flamenco, pero el caso es que antes de que comenzara la paradójicamente esperada Carmen Linares, una parte de dicho público empezó a abandonar la sala. Otros tantos lo hicieron durante su actuación. Lo cierto es que sus condiciones no son las mejores, y que su actuación no fue acertada. Salvo las bulerías finales donde puso la raza y jondura que escaseó durante toda la noche, todo lo demás fue cante inconexo, inconcluso, sin poderío, sin ligazón.
Carmen Linares y Pablo Suarez |
Se puede cantar con condiciones limitadas, pero para ello hay que poner unos ingredientes que sólo estuvieron presentes en aquellas bulerías ya mentadas. La interpretación que hizo de solea, bambera, martinetes y debla con acompañamiento de piano fueron un atentado contra lo flamenco, al menos para mí. Mientras su cante fue agua el toque de Pablo Suarez fue aceite. Una conexión totalmente inmiscible. Ya con la compaña de Salvador Gutiérrez a la guitarra y los coros y palmas Ana María González y Rosario Amador interpretó como buenamente pudo alegrías, granaína con cante de Juan Breva y bulerías por solea. Sin entregarse por entera, o al menos dejándome esa sensación de no poder superar el cante, hasta que llegó su bulería, que sin duda recompensó con creces a todos los que permanecimos para ver a la maestra doña Carmen linares.
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