Tras cuatro años sin celebrarse, volvía para la afición la
Noche Flamenca Ecijana, en su XXXIV edición. El plantel de artistas que
presentaba el cartel era todo un lujo, diferentes líneas estilísticas para
satisfacer las necesidades de cualquier aficionao. Así pues, el público
respondió como cabía esperar, con un lleno absoluto. En cambio dejó bastante
que desear en uno de los aspectos más difíciles del flamenco, saber escuchar.
El ruido y el jaleo fue una constante durante todo el festival, los niños
gritando y jugando delante del escenario eran una constante innecesaria. Entre
esto y que el sonido fue realmente pésimo, devaluaron un festival con uno de
los mejores carteles del verano.
Comenzó el ecijano Paco Peña acompañado por Antonio García
Hijo, y se notó que jugaba en casa. En su cante se divisan excesivas
reminiscencias agujeteras, que impiden vislumbrar toda la personalidad de que
oculta su áspero metal de voz. Abrió el festival por derecho, por tonás. Y completó
su actuación por soleá, seguiriyas, tangos y bulerías.
Paco Peña |
Momento para uno de los patriarcas del cante gitano, Manuel
Moneo, al que acompañó su nieto Barullito a la sonanta. Su eco ancestral es un
aval de garantías en cualquier recital. Su metal de voz es inconfundiblemente
gitano, y su aliento de fragua. Sentenció por soleá y seguiriya con Manuel
Torre en el recuerdo, se alivio con unos
sentidos fandangos con aroma caracolero, para dejar perfume plazuelero con unas
hirientes bulerías. Cuando el flamenco se expresa sin adornos ni artificios,
con el sentimiento de quien lo ama y lo custodia, el resultado es un viaje
temporal de sensaciones indescriptibles.
Manuel Moneo |
A Manuel le siguió su paisano El Capullo de Jerez,
acompañado por una de las mejores guitarras actuales, la de Diego Amaya. Hablar
de compás es hablar del Capullo, entra y sale cuando quiere, lo que le confiere
una cualidad exquisita para conectar con el público, facilitada eso sí, por la
orquestina que suele acompañarle. Comenzó con unas inocuas bulerías por soleá. Siguió
con unos fandangos de su cosecha, Bizco Amate y Manuel Torre dichos con
simplicidad y hondura. Tangos para meterse al pabellón entero o casi entero en
su bolsillo y bulerías para terminar de satisfacer las elementales necesidades
de sus seguidores. Sin duda Miguel es un ídolo de masas.
Turno para la cantaora del momento. Marina Heredia no sólo goza de un gran instrumento, sino que arriesga en cada tercio, no se conforma con lo fácil y le gusta entrar en batalla con el cante para salir airosa y provocar estímulos en quien la escucha. Su extenso repertorio vino a complementar el festival. Ya con la compaña de José Quevedo, abrió con una melosa milonga legada por El Corruco, a la que siguieron malagueñas chaconianas y fandangos granadinos. Una de las especialidades de la casa, los tangos, donde siempre tiene un recuerdo para Pastora, Camarón o Enrique. Puso el punto y final al cante por bulerías, donde siguió con el recuerdo a José dejando claro que para cantar bien a compás no hace falta llevar la orquesta.
Marina Heredia |
El baile fue el encargado de cerrar el festival, y Pepe
Torres el elegido para hacerlo. Bailó quitando el sentío, como en él es
habitual. Pepe es de los pocos representantes del baile jondo, ese baile que va
acorde con la idiosincrasia de este arte, donde no hay lugar para petardos y
confetis, tan sólo para las emociones primarias, las que no se derivan de
decorados artificiales ni historias prefabricadas. Sus fieles escuderos David El Galli y Moi de Moron son una garantía de buen cante, y la justeza en el
toque de Paco Iglesias complementan un cuadro de categoría. Sus bailes por
alegrias y solea fueron el culmen de un festival frío, donde ningún cantaor
llegó a conectar del todo con el público, porque éste no presentó el respeto
que merece todo artista que se suba a un escenario. Esperemos que se mantenga
el festival por el bien del flamenco, y que el año que viene se abstengan de
venir los ruidosos.
Pepe Torres |
No hay comentarios:
Publicar un comentario